Dicen que Elia Metrico, que fue el descubridor de la fagocitosis, mientras
investigaba en el Instituto Pasteur este proceso, afirmaba que él trabajaba
mucho mejor en presencia de mujeres hermosas, y yo tengo hoy ese privilegio.
Hace 1.000.000 de años un ser apenas parecido a nosotros se irguió sobre
sus patas traseras, que en adelante comenzaron a llamarse piernas, empezó a
usar sus brazos, sus manos, y a desarrollar su cerebro.
Conocemos a uno de los representantes de esa gente, la pequeña Lucy.
Muchísimos miles de años después, sus descendientes iban a ser capaces de
crear el fuego. Unos 10.000 años después
los Sócrates, Los Mozart, los
Copérnico, los Mahatma Gandi, las Madre Teresa, las Marie Curie, etc.
Todos ellos son amigos míos. Ellos nunca supieron que lo fueron, pero en
realidad son mis amigos, y además tengo otro amigo muy especial, pero este
también fue mi maestro. En realidad fue maestro de varios de los que estamos
acá. Se lama Hipócrates.
Hace 2.500 años él dijo una frasecita pequeña, entre otras genialidades,
que me parece que viene a cuento. Dijo: “las enfermedades que escapan al
examen de los sentidos quedan sometidas al examen de la inteligencia”
Parece que este venerado maestro ya se hubiera percatado de que los
sentidos nos podían jugar algunas malas pasadas. Y está bien, porque eso
sucede con los sentidos. Si uno ve amaneceres y atardeceres, puede pensar
que es el sol, que gira alrededor nuestro. Y si uno introduce un bastón recto en
el agua, deja de ser recto, pero la razón es capaz de rectificar el bastón.
En realidad todas estar personas tuvieron además de muchas otras
virtudes, una en común: la inteligencia. Eran personas inteligentes, que es una
capacidad propia de la especie. Pero además de inteligencia tuvieron
capacidad crítica: no aceptaron lo que se les decía a pie juntillas, sino que se
empezaron a preguntar si sería efectivamente así. Se rebelaron con las
verdades reveladas, y empezaron a cuestionarse y a ejercer el viejo oficio
democrático de preguntar, de interrogar, de dudar, y así crecieron.
Además de inteligencia y capacidad crítica, esta gente también tuvo
coraje, porque se necesita coraje para cambiar lo que ya está establecido, lo
que se dice que debe ser así, y también necesitaron voluntad, esfuerzo personal para cambiar lo que supuestamente era cierto para los demás, pero
no para ellos.
Hay muchísimos ejemplos de personas inteligentes, críticos, corajudos y
voluntariosos a lo largo de la historia. Pero como estamos en cuestiones
vinculadas a la madre y el niño, me parece que el ejemplo interesante de
considerar, sería el de Ignace Semmelweiss. Este obstetra supuso que la razón
por la cual muchas mujeres se morían en los hospitales de Viena en la primera
mitad del Siglo XIX, tenía que tener alguna razón, más o menos explicable.
Todos admitían las muertes de las mujeres sin hacer ningún esfuerzo, sin
echar mano de su raciocinio, de su capacidad crítica para ver qué pasaba. El
empezó a darse cuenta de que tal vez había alguna causa, y encontró una
sencillísima: los médicos no se lavaban las manos después de asistir las
autopsias , y las mujeres se morían de fiebre puerperal. Y trató de introducir el
sistema de que sencillamente se lavaran las manos.
Hoy esto parece una cosa fuera de discusión, pero en aquel tiempo, eso
le costó muchísimo.
Como dice el filósofo argentino Santiago Kovadloff: “modificar las
costumbres suele ser un gesto de insubordinación, que consiste en crear una
alternativa, otro significado para lo que parece inequívoco; pero crear una
verdad diferente no significa necesariamente que sea la mejor, es sólo
diferente. Para crear una alternativa, ser requiere infinita paciencia. Para
luchar contra los obstáculos que interpone el hábito y el prejuicio en el camino
de quien se atreve a modificarlos”.
En medicina, desde siempre hubo rutinas acríticas. Nosotros las hemos
definido como actividades, tareas o procedimientos riesgosos o perjudiciales,
dolorosos o molestos, de efectividad y eficiencia dudosas o nulas, con mala
relación costo/beneficio de acuerdo a la bibliografía basada en el método
científico, que sin embargo se aplican usualmente sin cuestionamientos, por el
mero hábito o costumbre de los miembros del equipo de salud, o por pautas no
revisadas, controladas o actualizadas.
Estas rutinas acríticas se instalan con mucha fuerza en la vida cotidiana,
echan raíces en muchos servicios de atención. En todas las organizaciones hay
reglas y normas que se cumplen más o menos, pero si a poco de andar las
reglas resultan no útiles, ineficientes, ineficaces, imprácticas, dolorosas,
perjudiciales, molestas, costosas, entonces estas reglas tienen que ser
cambiadas, modificadas o eliminadas.
Esto significa que, a lo mejor, haya que crear otras reglas, pero el punto
esencial, es que estas nuevas reglas, también estén sometidas a esta crítica
constante y revisión permanente, porque si no entramos en la categoría de las
anteriores, y nunca podemos avanzar.
En cuanto a medicina perinatal, ya en los controles prenatales , el equipo
de salud tiene ante sí una situación absolutamente inédita en medicina: es la
única vez que un equipo de salud se enfrenta con dos pacientes, simulando
que es uno solo. Es una persona, no un útero itinerante. Una persona con todos
los atributos que eso le confiere, y además, esa persona es la encargada de
permitir el crecimiento, la maduración de otra persona, que no vemos, pero
que está allí. Esta gente que atiende a estas dos personas suponiendo que
tiene una sola, tiene que
considerar que está en una situación muy
privilegiada. Lo que tiene que hacer con esa paciente es asistirla, no
necesariamente tratarla.
Tiene que tener para con ella según se establece en las normas, una
orientación diagnóstico-terapéutica que sea precoz, periódica y completa,
además de universal. Completo implica que el examen es a una persona en
toda su integridad. En consecuencia, aquí se incluye todo lo que se vincula con
el trato. Es increíble que tengamos en este momento que disponer del tiempo
para hablar del trato entre las personas, pero es menester que se diga, porque
no se hace.
Esta persona tiene que ser –por parte del equipo de salud- cuidada,
apoyada, alentada. Yo diría que hasta se podrían generar en ella ciertos
sentimientos de orgullo por su condición de madre en ciernes. A mi me gustaría
escuchar a los obstetras diciéndole algunos piropos a las mamás. AL menos no
le va a hacer mal ese tipo de expresión.
Da la impresión de que no hay un enfoque demasiado humano sobre
esta cuestión, sino un enfoque escasamente técnico, y eso no es suficiente:
hace falta más.
En los servicios de atención perinatal, uno puede encontrar infinidad de
rutinas acríticas, y una muy buena cantidad de ciertas torpezas cotidianas en el
trato con la madre.
Es curioso porque estoy seguro de que muchísima gente que trata este
tipo de personas, conoce que el stress, la angustia y la ansiedad aumentan
ciertas sustancias (específicamente catecolaminas) que sabemos que tienen
un impacto negativo sobre la generación del trabajo de parto y sobre le flujo
sanguíneo hacia el niño. Sin embargo, no se aplica.
Con técnicas muy sencillas, simplemente con el trato cordial, podríamos
seguramente tener un impacto muy interesante sobre la evolución de este niño,
permitiendo que la madre esté con un acompañante, disminuyendo el sobre
uso de monitoreos, permitiéndole la deambulación, prescindiendo de toda
medicación innecesaria. Esta última cosa uno puede discutirla, si a veces es
necesaria cierta medicación o no, pero el resto de las cosas, no se pueden
discutir, es incuestionable. A nadie le va a hacer mal que lo traten bien, y que
le permitan ciertas cosas.
Durante el trabajo de parto, aparece el famoso “callate y pujá” . Eso lo
hemos visto todos. Algunas veces va acompañado de algunos condimentos,
agregados, como “no hagas la fuerza que te digo que hagas, y ya verás lo mal
que nace tu bebé”. Es una perversidad casi inconcebible, pero ocurre
realmente en la práctica diaria.
ME acuerdo que en el Centro latinoamericano de Perinatología, el Dr.
Roberto Cardiobarcia, tenía una frase muy linda: “cuanto más sabe el equipo
perinatológico, menos interviene en el proceso del parto” . Yo me animaría a
decir que cuanto más sabe el médico, tanto más chica es su receta. La
sabiduría está en relación inversa con la magnitud de la receta.
Lo que la madre necesita es asistencia, no tratamientos. Seguramente no
necesita goteos, infusiones, ayunos, inmovilizaciones, etc. Sino ASISTENCIA.
Hay una enormidad de rutinas acríticas, pero algunas están vinculadas
no solamente a cuestiones de diagnóstico y tratamiento sino a cuestiones de
ambiente. Ustedes deben haber visto en muchas oportunidades, los recién
nacidos con problemas de hipotermia en verano. Es por los aires
acondicionados que ponen los médicos para confort de ellos mismos, y se
olvidan de que el niño estaba en un tibio nido intrauterino, y tiene que
enfrentarse con el frío de una sala que está tal vez a 20 grados, cuando él
estaba a 36º. Esto no le hace bien a nadie.
Otra vez voy a recurrir a Hipócrates, que sabía del valor inmenso de la
semiología. El decía: “el examen debe hacerse en sitio confortable para el
paciente, por ejemplo, la luz es inofensiva para los que curan, pero no lo es, a
veces, para los que vienen a curarse”.
Este señor tenía muy en claro quién tenía la prioridad acerca del confort.
Y sabía bien quién era la estrella absoluta: el paciente: en este caso, el recién
nacido.
Cuando el niño nace, el pediatra-neonatólogo, toma al niño en sus
brazos, en una compresa ya lista para eso, y corre. Corre rápidamente, muy
rápido.
El destino es la mesa de recepción, donde están todos los elementos de
tortura. Podría vencer los 100 metros con obstáculos, porque tiene que vencer
al anestesista, a los equipos que tiene el anestesista; después tiene que hacer
un movimiento justo y preciso para abrir con la cadera la puerta vaivén que lo
separa de su destino, y además tiene que cuidarse muy bien de que no haya
ningún padre o abuelo imprudente que esté intentando mirar lo que pasa.
Una vez que llega a la mesa de examen, lo fricciona con una energía
inusitada. En esta tarea a veces lo ayuda la enfermera, y es una fricción a 4
manos. Entonces el niño llora. Esto es celebrado habitualmente, porque se
supone que el niño tiene que llorar. En realidad, el niño no tiene que llorar: tiene
que respirar, que es distinto. Seguramente por eso de que tiene que llorar, es
aquella imagen cinematográfica de la palmada en la cola, que no tiene
ninguna evidencia científica.
Después de que le ha hecho todas las fricciones, le introduce la sonda en
la boca, esófago y estómago, para aspirar las secreciones. Esta introducción
de la sonda se hace con frenético entusiasmo. Yo muchas veces les he
preguntado a los médicos si ellos alguna vez han sido sondados, y
generalmente me dicen que no, pero admiten que no debe ser nada grato,
sobre todo para alguien que está tratando de sobrevivir, de modificar
estructuras cardíacas, de respirar, de hacer un manejo apropiado de la
temperatura, en fin, de “transmundearse” , como decía Escardó.
Todas estas maniobras se hacen rápido, y por lo tanto, son bruscas,
entonces el niño llora más todavía, lo cual es celebrado para quien no conoce
la fisiopatogenia de la transición.
Después la rutina establece que tiene que haber un buen baño, como
para sacar todo el vérnix protector. Sigue llorando.
Después viene la vitamina K inyectable. Después se lo pesa, se lo mide, se
va anotando todo con mucha prolijidad, y después de esto, otra vez la sonda,
pero esta vez por vía rectal, porque hay que determinar la continuidad del
recto. Esta es una maniobra que es inútil en 4.999 casos, porque la incidencia
de la malformación es de 1 en 5000. Con un poco de observación uno puede
determinar esa situación con mucha mayor naturalidad.
Es difícil explicar esa idea de la urgencia en hacer todas estas cosas. La
única urgencia del niño es reencontrarse con su madre, esa es la auténtica
urgencia, sin embargo eso se deja para un segundo paso, cuando se deja.
Cuando los médicos y las enfermeras, y todos los miembros del equipo de
salud actúan de esta manera, están desperdiciando la oportunidad única e
irrepetible de constituirse en privilegiados espectadores de un momento
absolutamente trascendental. La madre y el niño se miran. La madre se acerca
mucho al niño, y nadie nunca le dijo que el niño tiene visión corta, sin embargo
ella sabe eso. Debe estar metido dentro de los genes de las mujeres, porque
ellas saben eso y se acercan mucho al niño. Le hablan con una voz más aguda
que la normal, porque es lo que el niño sabe oír mejor.
Lo tocan, al principio con un poco de prudencia, y después lo abrazan,
que es precisamente lo que el niño necesita.
Alguien imagina algún lugar más perfecto para la cabeza de un recién
nacido que el espacio que hay entre las mamas de una mujer?? La mujer,
mientras tanto, lo mira embelesada, y entonces uno realmente se da cuenta
de que es un privilegiado espectador de esa situación.
A mi me parece que aún aquellas personas que no son capaces de
conmoverse con otras cosas, se enternecen ante una imagen semejante. Es
difícil no enternecerse con esas miradas, que ahora sabemos que tienen
importancia para la bajada de la leche.
Si la madre tiene suerte, después de este reencuentro, no van a pasar
demasiadas horas hasta que vuelva a estar con si niño, porque la rutina exige
que deben ir separados a la internación conjunta. Hay un miedo reverencial a
que la madre se desmaye, es un mito, y entonces van separados. Cada uno
llega a ese lugar según las ganas, la disposición de los camilleros que llevan a
cada una de estas dos personas.
Todo esto es, si la institución y los médicos no consideran que tienen que
estar en un sector de observación. El sector de observación se llama así, porque
nadie nunca observa nada. Quienes propician ese tipo de sectores, deberían
observar, que la mejor observadora es la madre, no importa su nivel de
preparación: todas las madres, así como saben tantas otras cosas que nosotros
apenas intuímos, ellas también sabe hacer esto mucho mejor que la enfermera
más eficiente.
En la sala de internación conjunta, hay muchas personas a las que les
parece que hay que mantener ciertas reglas y cierto orden: nada de que el
niño esté en brazos de su madre porque se malcría. Pretenden que el niño que
acaba de nacer, tiene una capacidad intelectual como para hacer una
elucubración de tipo “voy a llorar para que asi me alcen”. Tiene que estar en
la cuna y portarse bien.
Es curioso que en estos últimos tiempos el niño tiene que dormir boca
arriba, pero si a la madre uno no le dice nada y la deja que lo tome con ella y
lo tenga con ella en la cama, lo va a tener abrazado boca arriba. La única vez
que lo va a poner boca abajo, es cuando lo ponga sobre su pecho, pero en
ese caso, no hay ningún problema respecto del síndrome de muerte súbita
infantil, porque el niño copia los movimientos de su madre y aprende de una
manera natural y formidable, a respirar y dormir al mismo tiempo, sin que esto le
genere ningún tipo de problemas.
En esta sala, después aparece la cuestión de la ictericia. El niño se pone
ictérico, pero no puede ser de otra manera, porque antes de nacer, tiene una
presión parcial de oxígeno circulando muy baja, así que tiene que formar
muchos glóbulos rojos para compensar la hipoxia. Pero cuando nace y tiene
mucho oxígeno, tiene que romper con muchos glóbulos rojos, y la única vía de
rotura es aumentar la cantidad de bilirrubina, así que uno no debe extrañarse
de que la cantidad de bilirrubina aumente en los primeros días.
Hay una especie de empecinamiento terapéutico en el tratamiento de
la ictericia fisiológica, pero tratarla es insensato, como tratar cualquier cosa
fisiológica, porque es normal. Cuando el niño tiene una ictericia fisiológica, no
está enfermo: está ictérico, que suelen ser dos cosas diferentes.
El médico adiestrado sabe la diferencia entre la ictericia fisiológica y la
patológica, y deberá hacer el tratamiento que corresponda, según sea o no
pertinente. Lo que también sabe el médico experto, es que cuando la
bilirrubina comienza a aumentar, tiene un comportamiento que uno puede
adelantar: es posible anticipar cómo va a comportarse la bilirrubina, de
manera que no hace falta hacer el análisis cada 6 u 8 horas. No tiene sentido
hacer punciones que son francamente dolorosas cuando no riesgosas.
Las rutinas acríticas en cuanto a la lactancia materna son infinitas. Desde
el temor reverencial a la hipoglucemia, pasando por la aplicación de horarios
fijos para la alimentación. El niño cuando acaba de nacer, no tiene hambre,
está recuperándose del stress del nacimiento, así que no quiere comer como
quiere la enfermera que coma. Y en cambio después quiere comer a cada
rato, cada media hora, y la enfermera dice que no, que tiene que comer cada
cuatro. No tiene sentido.
La otra rutina muy generalizada es la que dice que algunas madres no
tienen suficiente leche. Como todos sabemos, todas pueden si son mujeres, y si
han sido bendecidas por la maternidad. La lactancia forma parte del proceso
de la reproducción, no son cosas separadas. Es la culminación del proceso de
la reproducción. Así que si una madre pudo gestar y parir, no puede no
amamantar. Es el mismo proceso.
Todas pueden si son estimuladas, si no son presionadas para que
introduzcan alimentos impertinentes, que no tienen ninguna necesidad de ser
introducidos, y sobre todo si tienen un niño hambriento que envía mensajes
constantemente al cuerpo de la madre para que ella fabrique la leche a la
hora justa, a la temperatura exacta y en la cantidad necesaria.
Imaginemos que el mundo hubiera inventado el producto ideal para
amamantar a todos los bebés. Imaginemos
también que ese producto
estuviera al alcance de todos, que no requiriera almacenamiento ni
distribución, y que ayudara a las madres a planificar su familia y disminuyera al
mismo tiempo el riesgo de cáncer. E imaginemos que el mundo se negara a
aprovecharlo.
Hacia el fin del siglo XX, de descubrimientos e invenciones in
precedentes, en una época en que los científicos descubren el origen de la
vida, la situación descripta no es, lamentablemente, ficticia. El producto ideal
ES la leche materna, a la que todos tenemos acceso al nacer, y a la que sin
embargo no estamos aprovechando.
Es una paradoja casi increíble que se vincula con esta sociedad de
consumo en la que estamos todos inmersos, que valora más lo sofisticado que
lo natural y que no cuesta nada. Que tiene presiones comerciales, que
necesitan consumidores, y estas presiones suelen ser a veces más importantes
que las presiones de la gente que sabe, y de la gente que orienta, y a quien le
interesa la salud auténticamente.
Seguramente todos ustedes asistieron a muchas ceremonias de
casamientos religiosos, en las que el oficiante hace mención de las bodas de
Caná, donde la Virgen María le pide a su hijo que haga algo porque faltaba el
vino, entonces se produce el milagro de la transformación de agua en vino.
En este mismo instante, en millones de lugares, millones de madres están
transformando aceitunas, achicoria, galletitas, en leche, en la mejor leche
posible, llevando a cabo un milagro cotidiano y permanente, que no cesa, y
que no estamos aprovechando.
En esta aventura de la humanidad, parece que a alguien se le ocurrió
que la vaca podía disputarle a la mujer su privilegio de alimentar a sus niños, y
también que se podía crear un artefacto como para tener a los niños no en
brazos de su madre, sino en el bebesit, un aparato de tela y alambre.
Pero cuando el niño no está en contacto con su madre, pierde la
oportunidad de establecer con ella el lenguaje de la piel, que es excitante y
sedante al mismo tiempo.
También se inventó el látex, con la idea de asimilarse a un pezón
materno. No les salió nada bien, porque no se parece en absoluto. Ningún
proceso industrial, por más inteligente que sea, va a poder jamás ni siquiera
parecerse a la calidad de la leche de las madres, de cualquier madre, de
todas las madres. Ya sea una saludable rubia y alta vikinga, que nace en
Noruega, o una morena petisita, pobre desnutrida en el Africa. La leche sigue
saliendo de buena calidad, aún en circunstancias extremas, incluso de
desnutrición, y hay múltiples evidencias al respecto.
Toda esta actividad médica tiene que estar vinculada con evidencias y
argumentos, porque nosotros estamos trabajando nada menos que con la vida
de las personas. La tecnología ha aportado unos avances increíbles. Yo
pertenezco a la generación de médicos que asistíamos a niños con problemas de enfermedad hemolítica y hacíamos un promedio de dos exanguineotransfusiones por día. Esa enfermedad prácticamente está acabada, y eso es gracias a la tecnología que se impuso. También hay una
inmensa cantidad de pacientes muy pequeños, muy inmaduros, que antes estaban desahuciados o condenados a una cantidad enorme de secuelas, que ahora se recuperan bien, todo en base a la tecnología. Pero no hace falta usar SIEMPRE toda esa tecnología, si no cuando hace falta, nada más.
Antes de existir un monitor, había (y hay)un estetoscopio. Una ecografía
prenatal no sustituye a las manos experta de un obstetra. Las baterías de
análisis-que son métodos complementarios- no pueden sustituir un examen
minucioso y sustancioso de un médico clínico experto.
Todos esos son métodos complementarios, y no pueden sustituir a la
actividad médica orientada al diagnóstico y al tratamiento.
Pero también las tecnologías apropiadas se vinculan con aspectos
epidemiológicos. Aquellos servicios que no hacen el análisis epidemiológico,
están cometiendo rutinas acríticas, porque hay que hacerlos para darse
cuenta de cómo está trabajando uno. En un servicio de neonatología donde
se interna más de un 15% de los recién nacidos, hay un problema: o la
obstetricia es muy mala, o hay un sobrediagnóstico pediátrico, porque no
existe una situación en la cual la internación de los niños pueda superar ese
porcentaje.
Todas las tecnologías apropiadas se vinculan también con ese trato
cordial del que hablamos al comienzo, y con palabras apropiadas.
Últimamente hay mucho temor a los juicios de mala praxis. Los expertos
en prevenir estos contenciosos jurídicos establecen que la mejor forma de
evitarlos es hacer un trato cordial con el paciente y explicarle con palabras
sencillas, que entienda todo el mundo.
Hipócrates decía: “es fundamental que el que hable de este arte, diga
cosas inteligibles para los profanos; Si se falla en hacerse comprender por ellos,
se está fuera de la realidad”.
Qué hace que un médico no emplee palabras adecuadas cuando trata
con sus pacientes que son profanos? Es incapacidad idiomática o hay algún
deseo subconsciente de establecer claramente quién tiene la hegemonía del
conocimiento?
Si de verdad nosotros queremos curar a nuestros pacientes, o por lo
menos aliviarlos, o aunque sea consolarlos (que son las tres alternativas que
ofrece la medicina) entonces vamos a tener que usar nuestros sentidos y la
razón.
Hay un enfoque universitario que privilegia la patología complicada por
sobre las otras cuestiones sencillas. Hay como una especie de sensación de
que las cosas que sabe la gente, no deberíamos saberlas nosotros. Pero hay
mucha gente que sabe muchas cosas más que nosotros. Nosotros estamos
aprendiendo permanentemente de la gente muchas cosas que no sabemos.
La otra cosa es la incapacidad de adiestramiento permanente. La gente
no se pone a estudiar mucho. No hay una
capacitación permanente,
entonces es más fácil seguir con lo que se venía haciendo, que se supone que
está bien establecido, que debe ser así, entonces, qué vienen a decir estos de
que hay que lavarse las manos, que hay que hacer ciertas cosas, o el trato
cordial? Es ignorancia, porque esto del trato curiosamente se piensa que si se le
dice “callate y pujá”, el parto se va a hacer más pronto, y es exactamente al
revés. Son situaciones que complican y retrasan un proceso normal de parición.
Hay otra cosa más, y es que hay una presión muy importante por parte
de los fabricantes de tecnologías. Cuanto más sofisticada la tecnología, tanto
mejor, y esta presión maximiza las virtudes y morigera los defectos, entonces la
gente se engancha fácil con eso. En muchos servicios de recién nacidos, el jefe
del servicio insiste hasta la muerte ante las autoridades, para que le compren
los equipos respiradores, cuando hay muchas cosas antes que esa, que los
médicos no hacen. Antes de comprar el surfactante pulmonar, que es carísimo,
hay que hacer muchas otras cosas. No se puede empezar por lo más
complicado sin hacer cimentado antes el edificio que puede mejorar esta
situación.
(pregunta sobre episiotomías)
La episiotomía no ha demostrado que tenga un efecto profiláctico
respecto de los prolapsos. Más aún, hay un incremento de los desgarros
perineales en las segundas gestas de mujeres a quienes se les sometió a
episiotomía en la primera gestación. No es una indicación precisa, es una
rutina que es muy resistida.
Hay una cantidad enorme de resistencias muy fuertes, como la posición
para parir. Sé de servicios donde se prohíbe el parto vertical.
En CLACYD (Córdoba) se determinó que en los hospitales públicos, la
cantidad de cesáreas era del 16% y en el ámbito privado, del 43%. Esto no tiene
ninguna relación con lo que está indicado desde el punto de vista médico.
Doctor, viene de “docere” que quiere decir enseñar. Tenemos que
enseñarles a los pacientes.
(pregunta sobre relación en oxitocina y bilirrubina patológica)
Hay una relación causal: más oxitocina = más ictericia, pero esta
producción de bilirrubina no es demasiado importante, así que no puede
decirse que la bilirrubina sea debida a la oxitocina que recibió la madre.
Una tecnología apropiada puede transformarse en una rutina acrítica y
viceversa. Poner glucosa a un niño con hipoglucemia es una tecnología
apropiada, pero ponérsela cuando hay apenas una sospecha sin demostrarla,
es una rutina acrítica.
investigaba en el Instituto Pasteur este proceso, afirmaba que él trabajaba
mucho mejor en presencia de mujeres hermosas, y yo tengo hoy ese privilegio.
Hace 1.000.000 de años un ser apenas parecido a nosotros se irguió sobre
sus patas traseras, que en adelante comenzaron a llamarse piernas, empezó a
usar sus brazos, sus manos, y a desarrollar su cerebro.
Conocemos a uno de los representantes de esa gente, la pequeña Lucy.
Muchísimos miles de años después, sus descendientes iban a ser capaces de
crear el fuego. Unos 10.000 años después
los Sócrates, Los Mozart, los
Copérnico, los Mahatma Gandi, las Madre Teresa, las Marie Curie, etc.
Todos ellos son amigos míos. Ellos nunca supieron que lo fueron, pero en
realidad son mis amigos, y además tengo otro amigo muy especial, pero este
también fue mi maestro. En realidad fue maestro de varios de los que estamos
acá. Se lama Hipócrates.
Hace 2.500 años él dijo una frasecita pequeña, entre otras genialidades,
que me parece que viene a cuento. Dijo: “las enfermedades que escapan al
examen de los sentidos quedan sometidas al examen de la inteligencia”
Parece que este venerado maestro ya se hubiera percatado de que los
sentidos nos podían jugar algunas malas pasadas. Y está bien, porque eso
sucede con los sentidos. Si uno ve amaneceres y atardeceres, puede pensar
que es el sol, que gira alrededor nuestro. Y si uno introduce un bastón recto en
el agua, deja de ser recto, pero la razón es capaz de rectificar el bastón.
En realidad todas estar personas tuvieron además de muchas otras
virtudes, una en común: la inteligencia. Eran personas inteligentes, que es una
capacidad propia de la especie. Pero además de inteligencia tuvieron
capacidad crítica: no aceptaron lo que se les decía a pie juntillas, sino que se
empezaron a preguntar si sería efectivamente así. Se rebelaron con las
verdades reveladas, y empezaron a cuestionarse y a ejercer el viejo oficio
democrático de preguntar, de interrogar, de dudar, y así crecieron.
Además de inteligencia y capacidad crítica, esta gente también tuvo
coraje, porque se necesita coraje para cambiar lo que ya está establecido, lo
que se dice que debe ser así, y también necesitaron voluntad, esfuerzo personal para cambiar lo que supuestamente era cierto para los demás, pero
no para ellos.
Hay muchísimos ejemplos de personas inteligentes, críticos, corajudos y
voluntariosos a lo largo de la historia. Pero como estamos en cuestiones
vinculadas a la madre y el niño, me parece que el ejemplo interesante de
considerar, sería el de Ignace Semmelweiss. Este obstetra supuso que la razón
por la cual muchas mujeres se morían en los hospitales de Viena en la primera
mitad del Siglo XIX, tenía que tener alguna razón, más o menos explicable.
Todos admitían las muertes de las mujeres sin hacer ningún esfuerzo, sin
echar mano de su raciocinio, de su capacidad crítica para ver qué pasaba. El
empezó a darse cuenta de que tal vez había alguna causa, y encontró una
sencillísima: los médicos no se lavaban las manos después de asistir las
autopsias , y las mujeres se morían de fiebre puerperal. Y trató de introducir el
sistema de que sencillamente se lavaran las manos.
Hoy esto parece una cosa fuera de discusión, pero en aquel tiempo, eso
le costó muchísimo.
Como dice el filósofo argentino Santiago Kovadloff: “modificar las
costumbres suele ser un gesto de insubordinación, que consiste en crear una
alternativa, otro significado para lo que parece inequívoco; pero crear una
verdad diferente no significa necesariamente que sea la mejor, es sólo
diferente. Para crear una alternativa, ser requiere infinita paciencia. Para
luchar contra los obstáculos que interpone el hábito y el prejuicio en el camino
de quien se atreve a modificarlos”.
En medicina, desde siempre hubo rutinas acríticas. Nosotros las hemos
definido como actividades, tareas o procedimientos riesgosos o perjudiciales,
dolorosos o molestos, de efectividad y eficiencia dudosas o nulas, con mala
relación costo/beneficio de acuerdo a la bibliografía basada en el método
científico, que sin embargo se aplican usualmente sin cuestionamientos, por el
mero hábito o costumbre de los miembros del equipo de salud, o por pautas no
revisadas, controladas o actualizadas.
Estas rutinas acríticas se instalan con mucha fuerza en la vida cotidiana,
echan raíces en muchos servicios de atención. En todas las organizaciones hay
reglas y normas que se cumplen más o menos, pero si a poco de andar las
reglas resultan no útiles, ineficientes, ineficaces, imprácticas, dolorosas,
perjudiciales, molestas, costosas, entonces estas reglas tienen que ser
cambiadas, modificadas o eliminadas.
Esto significa que, a lo mejor, haya que crear otras reglas, pero el punto
esencial, es que estas nuevas reglas, también estén sometidas a esta crítica
constante y revisión permanente, porque si no entramos en la categoría de las
anteriores, y nunca podemos avanzar.
En cuanto a medicina perinatal, ya en los controles prenatales , el equipo
de salud tiene ante sí una situación absolutamente inédita en medicina: es la
única vez que un equipo de salud se enfrenta con dos pacientes, simulando
que es uno solo. Es una persona, no un útero itinerante. Una persona con todos
los atributos que eso le confiere, y además, esa persona es la encargada de
permitir el crecimiento, la maduración de otra persona, que no vemos, pero
que está allí. Esta gente que atiende a estas dos personas suponiendo que
tiene una sola, tiene que
considerar que está en una situación muy
privilegiada. Lo que tiene que hacer con esa paciente es asistirla, no
necesariamente tratarla.
Tiene que tener para con ella según se establece en las normas, una
orientación diagnóstico-terapéutica que sea precoz, periódica y completa,
además de universal. Completo implica que el examen es a una persona en
toda su integridad. En consecuencia, aquí se incluye todo lo que se vincula con
el trato. Es increíble que tengamos en este momento que disponer del tiempo
para hablar del trato entre las personas, pero es menester que se diga, porque
no se hace.
Esta persona tiene que ser –por parte del equipo de salud- cuidada,
apoyada, alentada. Yo diría que hasta se podrían generar en ella ciertos
sentimientos de orgullo por su condición de madre en ciernes. A mi me gustaría
escuchar a los obstetras diciéndole algunos piropos a las mamás. AL menos no
le va a hacer mal ese tipo de expresión.
Da la impresión de que no hay un enfoque demasiado humano sobre
esta cuestión, sino un enfoque escasamente técnico, y eso no es suficiente:
hace falta más.
En los servicios de atención perinatal, uno puede encontrar infinidad de
rutinas acríticas, y una muy buena cantidad de ciertas torpezas cotidianas en el
trato con la madre.
Es curioso porque estoy seguro de que muchísima gente que trata este
tipo de personas, conoce que el stress, la angustia y la ansiedad aumentan
ciertas sustancias (específicamente catecolaminas) que sabemos que tienen
un impacto negativo sobre la generación del trabajo de parto y sobre le flujo
sanguíneo hacia el niño. Sin embargo, no se aplica.
Con técnicas muy sencillas, simplemente con el trato cordial, podríamos
seguramente tener un impacto muy interesante sobre la evolución de este niño,
permitiendo que la madre esté con un acompañante, disminuyendo el sobre
uso de monitoreos, permitiéndole la deambulación, prescindiendo de toda
medicación innecesaria. Esta última cosa uno puede discutirla, si a veces es
necesaria cierta medicación o no, pero el resto de las cosas, no se pueden
discutir, es incuestionable. A nadie le va a hacer mal que lo traten bien, y que
le permitan ciertas cosas.
Durante el trabajo de parto, aparece el famoso “callate y pujá” . Eso lo
hemos visto todos. Algunas veces va acompañado de algunos condimentos,
agregados, como “no hagas la fuerza que te digo que hagas, y ya verás lo mal
que nace tu bebé”. Es una perversidad casi inconcebible, pero ocurre
realmente en la práctica diaria.
ME acuerdo que en el Centro latinoamericano de Perinatología, el Dr.
Roberto Cardiobarcia, tenía una frase muy linda: “cuanto más sabe el equipo
perinatológico, menos interviene en el proceso del parto” . Yo me animaría a
decir que cuanto más sabe el médico, tanto más chica es su receta. La
sabiduría está en relación inversa con la magnitud de la receta.
Lo que la madre necesita es asistencia, no tratamientos. Seguramente no
necesita goteos, infusiones, ayunos, inmovilizaciones, etc. Sino ASISTENCIA.
Hay una enormidad de rutinas acríticas, pero algunas están vinculadas
no solamente a cuestiones de diagnóstico y tratamiento sino a cuestiones de
ambiente. Ustedes deben haber visto en muchas oportunidades, los recién
nacidos con problemas de hipotermia en verano. Es por los aires
acondicionados que ponen los médicos para confort de ellos mismos, y se
olvidan de que el niño estaba en un tibio nido intrauterino, y tiene que
enfrentarse con el frío de una sala que está tal vez a 20 grados, cuando él
estaba a 36º. Esto no le hace bien a nadie.
Otra vez voy a recurrir a Hipócrates, que sabía del valor inmenso de la
semiología. El decía: “el examen debe hacerse en sitio confortable para el
paciente, por ejemplo, la luz es inofensiva para los que curan, pero no lo es, a
veces, para los que vienen a curarse”.
Este señor tenía muy en claro quién tenía la prioridad acerca del confort.
Y sabía bien quién era la estrella absoluta: el paciente: en este caso, el recién
nacido.
Cuando el niño nace, el pediatra-neonatólogo, toma al niño en sus
brazos, en una compresa ya lista para eso, y corre. Corre rápidamente, muy
rápido.
El destino es la mesa de recepción, donde están todos los elementos de
tortura. Podría vencer los 100 metros con obstáculos, porque tiene que vencer
al anestesista, a los equipos que tiene el anestesista; después tiene que hacer
un movimiento justo y preciso para abrir con la cadera la puerta vaivén que lo
separa de su destino, y además tiene que cuidarse muy bien de que no haya
ningún padre o abuelo imprudente que esté intentando mirar lo que pasa.
Una vez que llega a la mesa de examen, lo fricciona con una energía
inusitada. En esta tarea a veces lo ayuda la enfermera, y es una fricción a 4
manos. Entonces el niño llora. Esto es celebrado habitualmente, porque se
supone que el niño tiene que llorar. En realidad, el niño no tiene que llorar: tiene
que respirar, que es distinto. Seguramente por eso de que tiene que llorar, es
aquella imagen cinematográfica de la palmada en la cola, que no tiene
ninguna evidencia científica.
Después de que le ha hecho todas las fricciones, le introduce la sonda en
la boca, esófago y estómago, para aspirar las secreciones. Esta introducción
de la sonda se hace con frenético entusiasmo. Yo muchas veces les he
preguntado a los médicos si ellos alguna vez han sido sondados, y
generalmente me dicen que no, pero admiten que no debe ser nada grato,
sobre todo para alguien que está tratando de sobrevivir, de modificar
estructuras cardíacas, de respirar, de hacer un manejo apropiado de la
temperatura, en fin, de “transmundearse” , como decía Escardó.
Todas estas maniobras se hacen rápido, y por lo tanto, son bruscas,
entonces el niño llora más todavía, lo cual es celebrado para quien no conoce
la fisiopatogenia de la transición.
Después la rutina establece que tiene que haber un buen baño, como
para sacar todo el vérnix protector. Sigue llorando.
Después viene la vitamina K inyectable. Después se lo pesa, se lo mide, se
va anotando todo con mucha prolijidad, y después de esto, otra vez la sonda,
pero esta vez por vía rectal, porque hay que determinar la continuidad del
recto. Esta es una maniobra que es inútil en 4.999 casos, porque la incidencia
de la malformación es de 1 en 5000. Con un poco de observación uno puede
determinar esa situación con mucha mayor naturalidad.
Es difícil explicar esa idea de la urgencia en hacer todas estas cosas. La
única urgencia del niño es reencontrarse con su madre, esa es la auténtica
urgencia, sin embargo eso se deja para un segundo paso, cuando se deja.
Cuando los médicos y las enfermeras, y todos los miembros del equipo de
salud actúan de esta manera, están desperdiciando la oportunidad única e
irrepetible de constituirse en privilegiados espectadores de un momento
absolutamente trascendental. La madre y el niño se miran. La madre se acerca
mucho al niño, y nadie nunca le dijo que el niño tiene visión corta, sin embargo
ella sabe eso. Debe estar metido dentro de los genes de las mujeres, porque
ellas saben eso y se acercan mucho al niño. Le hablan con una voz más aguda
que la normal, porque es lo que el niño sabe oír mejor.
Lo tocan, al principio con un poco de prudencia, y después lo abrazan,
que es precisamente lo que el niño necesita.
Alguien imagina algún lugar más perfecto para la cabeza de un recién
nacido que el espacio que hay entre las mamas de una mujer?? La mujer,
mientras tanto, lo mira embelesada, y entonces uno realmente se da cuenta
de que es un privilegiado espectador de esa situación.
A mi me parece que aún aquellas personas que no son capaces de
conmoverse con otras cosas, se enternecen ante una imagen semejante. Es
difícil no enternecerse con esas miradas, que ahora sabemos que tienen
importancia para la bajada de la leche.
Si la madre tiene suerte, después de este reencuentro, no van a pasar
demasiadas horas hasta que vuelva a estar con si niño, porque la rutina exige
que deben ir separados a la internación conjunta. Hay un miedo reverencial a
que la madre se desmaye, es un mito, y entonces van separados. Cada uno
llega a ese lugar según las ganas, la disposición de los camilleros que llevan a
cada una de estas dos personas.
Todo esto es, si la institución y los médicos no consideran que tienen que
estar en un sector de observación. El sector de observación se llama así, porque
nadie nunca observa nada. Quienes propician ese tipo de sectores, deberían
observar, que la mejor observadora es la madre, no importa su nivel de
preparación: todas las madres, así como saben tantas otras cosas que nosotros
apenas intuímos, ellas también sabe hacer esto mucho mejor que la enfermera
más eficiente.
En la sala de internación conjunta, hay muchas personas a las que les
parece que hay que mantener ciertas reglas y cierto orden: nada de que el
niño esté en brazos de su madre porque se malcría. Pretenden que el niño que
acaba de nacer, tiene una capacidad intelectual como para hacer una
elucubración de tipo “voy a llorar para que asi me alcen”. Tiene que estar en
la cuna y portarse bien.
Es curioso que en estos últimos tiempos el niño tiene que dormir boca
arriba, pero si a la madre uno no le dice nada y la deja que lo tome con ella y
lo tenga con ella en la cama, lo va a tener abrazado boca arriba. La única vez
que lo va a poner boca abajo, es cuando lo ponga sobre su pecho, pero en
ese caso, no hay ningún problema respecto del síndrome de muerte súbita
infantil, porque el niño copia los movimientos de su madre y aprende de una
manera natural y formidable, a respirar y dormir al mismo tiempo, sin que esto le
genere ningún tipo de problemas.
En esta sala, después aparece la cuestión de la ictericia. El niño se pone
ictérico, pero no puede ser de otra manera, porque antes de nacer, tiene una
presión parcial de oxígeno circulando muy baja, así que tiene que formar
muchos glóbulos rojos para compensar la hipoxia. Pero cuando nace y tiene
mucho oxígeno, tiene que romper con muchos glóbulos rojos, y la única vía de
rotura es aumentar la cantidad de bilirrubina, así que uno no debe extrañarse
de que la cantidad de bilirrubina aumente en los primeros días.
Hay una especie de empecinamiento terapéutico en el tratamiento de
la ictericia fisiológica, pero tratarla es insensato, como tratar cualquier cosa
fisiológica, porque es normal. Cuando el niño tiene una ictericia fisiológica, no
está enfermo: está ictérico, que suelen ser dos cosas diferentes.
El médico adiestrado sabe la diferencia entre la ictericia fisiológica y la
patológica, y deberá hacer el tratamiento que corresponda, según sea o no
pertinente. Lo que también sabe el médico experto, es que cuando la
bilirrubina comienza a aumentar, tiene un comportamiento que uno puede
adelantar: es posible anticipar cómo va a comportarse la bilirrubina, de
manera que no hace falta hacer el análisis cada 6 u 8 horas. No tiene sentido
hacer punciones que son francamente dolorosas cuando no riesgosas.
Las rutinas acríticas en cuanto a la lactancia materna son infinitas. Desde
el temor reverencial a la hipoglucemia, pasando por la aplicación de horarios
fijos para la alimentación. El niño cuando acaba de nacer, no tiene hambre,
está recuperándose del stress del nacimiento, así que no quiere comer como
quiere la enfermera que coma. Y en cambio después quiere comer a cada
rato, cada media hora, y la enfermera dice que no, que tiene que comer cada
cuatro. No tiene sentido.
La otra rutina muy generalizada es la que dice que algunas madres no
tienen suficiente leche. Como todos sabemos, todas pueden si son mujeres, y si
han sido bendecidas por la maternidad. La lactancia forma parte del proceso
de la reproducción, no son cosas separadas. Es la culminación del proceso de
la reproducción. Así que si una madre pudo gestar y parir, no puede no
amamantar. Es el mismo proceso.
Todas pueden si son estimuladas, si no son presionadas para que
introduzcan alimentos impertinentes, que no tienen ninguna necesidad de ser
introducidos, y sobre todo si tienen un niño hambriento que envía mensajes
constantemente al cuerpo de la madre para que ella fabrique la leche a la
hora justa, a la temperatura exacta y en la cantidad necesaria.
Imaginemos que el mundo hubiera inventado el producto ideal para
amamantar a todos los bebés. Imaginemos
también que ese producto
estuviera al alcance de todos, que no requiriera almacenamiento ni
distribución, y que ayudara a las madres a planificar su familia y disminuyera al
mismo tiempo el riesgo de cáncer. E imaginemos que el mundo se negara a
aprovecharlo.
Hacia el fin del siglo XX, de descubrimientos e invenciones in
precedentes, en una época en que los científicos descubren el origen de la
vida, la situación descripta no es, lamentablemente, ficticia. El producto ideal
ES la leche materna, a la que todos tenemos acceso al nacer, y a la que sin
embargo no estamos aprovechando.
Es una paradoja casi increíble que se vincula con esta sociedad de
consumo en la que estamos todos inmersos, que valora más lo sofisticado que
lo natural y que no cuesta nada. Que tiene presiones comerciales, que
necesitan consumidores, y estas presiones suelen ser a veces más importantes
que las presiones de la gente que sabe, y de la gente que orienta, y a quien le
interesa la salud auténticamente.
Seguramente todos ustedes asistieron a muchas ceremonias de
casamientos religiosos, en las que el oficiante hace mención de las bodas de
Caná, donde la Virgen María le pide a su hijo que haga algo porque faltaba el
vino, entonces se produce el milagro de la transformación de agua en vino.
En este mismo instante, en millones de lugares, millones de madres están
transformando aceitunas, achicoria, galletitas, en leche, en la mejor leche
posible, llevando a cabo un milagro cotidiano y permanente, que no cesa, y
que no estamos aprovechando.
En esta aventura de la humanidad, parece que a alguien se le ocurrió
que la vaca podía disputarle a la mujer su privilegio de alimentar a sus niños, y
también que se podía crear un artefacto como para tener a los niños no en
brazos de su madre, sino en el bebesit, un aparato de tela y alambre.
Pero cuando el niño no está en contacto con su madre, pierde la
oportunidad de establecer con ella el lenguaje de la piel, que es excitante y
sedante al mismo tiempo.
También se inventó el látex, con la idea de asimilarse a un pezón
materno. No les salió nada bien, porque no se parece en absoluto. Ningún
proceso industrial, por más inteligente que sea, va a poder jamás ni siquiera
parecerse a la calidad de la leche de las madres, de cualquier madre, de
todas las madres. Ya sea una saludable rubia y alta vikinga, que nace en
Noruega, o una morena petisita, pobre desnutrida en el Africa. La leche sigue
saliendo de buena calidad, aún en circunstancias extremas, incluso de
desnutrición, y hay múltiples evidencias al respecto.
Toda esta actividad médica tiene que estar vinculada con evidencias y
argumentos, porque nosotros estamos trabajando nada menos que con la vida
de las personas. La tecnología ha aportado unos avances increíbles. Yo
pertenezco a la generación de médicos que asistíamos a niños con problemas de enfermedad hemolítica y hacíamos un promedio de dos exanguineotransfusiones por día. Esa enfermedad prácticamente está acabada, y eso es gracias a la tecnología que se impuso. También hay una
inmensa cantidad de pacientes muy pequeños, muy inmaduros, que antes estaban desahuciados o condenados a una cantidad enorme de secuelas, que ahora se recuperan bien, todo en base a la tecnología. Pero no hace falta usar SIEMPRE toda esa tecnología, si no cuando hace falta, nada más.
Antes de existir un monitor, había (y hay)un estetoscopio. Una ecografía
prenatal no sustituye a las manos experta de un obstetra. Las baterías de
análisis-que son métodos complementarios- no pueden sustituir un examen
minucioso y sustancioso de un médico clínico experto.
Todos esos son métodos complementarios, y no pueden sustituir a la
actividad médica orientada al diagnóstico y al tratamiento.
Pero también las tecnologías apropiadas se vinculan con aspectos
epidemiológicos. Aquellos servicios que no hacen el análisis epidemiológico,
están cometiendo rutinas acríticas, porque hay que hacerlos para darse
cuenta de cómo está trabajando uno. En un servicio de neonatología donde
se interna más de un 15% de los recién nacidos, hay un problema: o la
obstetricia es muy mala, o hay un sobrediagnóstico pediátrico, porque no
existe una situación en la cual la internación de los niños pueda superar ese
porcentaje.
Todas las tecnologías apropiadas se vinculan también con ese trato
cordial del que hablamos al comienzo, y con palabras apropiadas.
Últimamente hay mucho temor a los juicios de mala praxis. Los expertos
en prevenir estos contenciosos jurídicos establecen que la mejor forma de
evitarlos es hacer un trato cordial con el paciente y explicarle con palabras
sencillas, que entienda todo el mundo.
Hipócrates decía: “es fundamental que el que hable de este arte, diga
cosas inteligibles para los profanos; Si se falla en hacerse comprender por ellos,
se está fuera de la realidad”.
Qué hace que un médico no emplee palabras adecuadas cuando trata
con sus pacientes que son profanos? Es incapacidad idiomática o hay algún
deseo subconsciente de establecer claramente quién tiene la hegemonía del
conocimiento?
Si de verdad nosotros queremos curar a nuestros pacientes, o por lo
menos aliviarlos, o aunque sea consolarlos (que son las tres alternativas que
ofrece la medicina) entonces vamos a tener que usar nuestros sentidos y la
razón.
Hay un enfoque universitario que privilegia la patología complicada por
sobre las otras cuestiones sencillas. Hay como una especie de sensación de
que las cosas que sabe la gente, no deberíamos saberlas nosotros. Pero hay
mucha gente que sabe muchas cosas más que nosotros. Nosotros estamos
aprendiendo permanentemente de la gente muchas cosas que no sabemos.
La otra cosa es la incapacidad de adiestramiento permanente. La gente
no se pone a estudiar mucho. No hay una
capacitación permanente,
entonces es más fácil seguir con lo que se venía haciendo, que se supone que
está bien establecido, que debe ser así, entonces, qué vienen a decir estos de
que hay que lavarse las manos, que hay que hacer ciertas cosas, o el trato
cordial? Es ignorancia, porque esto del trato curiosamente se piensa que si se le
dice “callate y pujá”, el parto se va a hacer más pronto, y es exactamente al
revés. Son situaciones que complican y retrasan un proceso normal de parición.
Hay otra cosa más, y es que hay una presión muy importante por parte
de los fabricantes de tecnologías. Cuanto más sofisticada la tecnología, tanto
mejor, y esta presión maximiza las virtudes y morigera los defectos, entonces la
gente se engancha fácil con eso. En muchos servicios de recién nacidos, el jefe
del servicio insiste hasta la muerte ante las autoridades, para que le compren
los equipos respiradores, cuando hay muchas cosas antes que esa, que los
médicos no hacen. Antes de comprar el surfactante pulmonar, que es carísimo,
hay que hacer muchas otras cosas. No se puede empezar por lo más
complicado sin hacer cimentado antes el edificio que puede mejorar esta
situación.
(pregunta sobre episiotomías)
La episiotomía no ha demostrado que tenga un efecto profiláctico
respecto de los prolapsos. Más aún, hay un incremento de los desgarros
perineales en las segundas gestas de mujeres a quienes se les sometió a
episiotomía en la primera gestación. No es una indicación precisa, es una
rutina que es muy resistida.
Hay una cantidad enorme de resistencias muy fuertes, como la posición
para parir. Sé de servicios donde se prohíbe el parto vertical.
En CLACYD (Córdoba) se determinó que en los hospitales públicos, la
cantidad de cesáreas era del 16% y en el ámbito privado, del 43%. Esto no tiene
ninguna relación con lo que está indicado desde el punto de vista médico.
Doctor, viene de “docere” que quiere decir enseñar. Tenemos que
enseñarles a los pacientes.
(pregunta sobre relación en oxitocina y bilirrubina patológica)
Hay una relación causal: más oxitocina = más ictericia, pero esta
producción de bilirrubina no es demasiado importante, así que no puede
decirse que la bilirrubina sea debida a la oxitocina que recibió la madre.
Una tecnología apropiada puede transformarse en una rutina acrítica y
viceversa. Poner glucosa a un niño con hipoglucemia es una tecnología
apropiada, pero ponérsela cuando hay apenas una sospecha sin demostrarla,
es una rutina acrítica.
2 comentarios:
genial genial genial sin palabras...
Por dios y que hago ahora a donde voy a parir?
Cuàntas cosas que uno no sabe y quisiera evitar,gracias por permitir que uno se informe y de èsto aprender y exigir otro tipo de cosas que desconocìa hasta ahora.
Saludos
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